El Hoyo: no es capitalismo, ni comunismo, es el Homo sapiens

por Abel Marín
el hoyo

El hoyo no es una crítica al capitalismo, tampoco contra el comunismo, como unos y otros quisieran. Es una radiografía de la naturaleza humana cuando tiene poder. Da igual el sistema: el de arriba siempre somete al de abajo. Capitalismo incluido, off course.

Aún no he visto la segunda parte, tengo que hacerme el ánimo, obvio, ya me entiendes.

¿Por qué un abogado escribe sobre cine?

Buena pregunta.
Un abogado no debería hablar de cine si lo entiende como entretenimiento.
Pero El hoyo no es cine para entretener.
Es una metáfora brutal sobre cómo funciona el poder, la jerarquía y la coacción.
Y ahí, créeme, los abogados sí tenemos algo que decir.
Porque lidiamos todos los días con sistemas que pretenden regular —o al menos contener— lo peor del ser humano.

No es capitalismo, ni comunismo. Es el de arriba.

Muchos vieron El hoyo y aplaudieron con entusiasmo.
—¡Qué metáfora tan feroz del capitalismo! —decían.
—¡Una crítica demoledora al neoliberalismo!

No.
El hoyo no es una crítica al capitalismo.
Es un espejo de lo que somos cuando nadie nos vigila.
Y eso, amigo, es aún más incómodo.

Jerarquía: el virus que nunca muere

La estructura de la película no representa un modelo económico.
Representa algo más antiguo, más profundo, más brutal:
el instinto jerárquico del Homo sapiens.

El de arriba come.
El del medio duda.
Y los de abajo se devoran entre ellos.

Y eso lo puedes ver igual en el libre mercado de Corea del Sur
que en la dictadura estalinista de Corea del Norte.
Lo único que cambia es el uniforme del opresor, cambia la cantidad, lo cual no es baladí.

El comercio amortigua, la democracia lo impide, o lo intenta.

Corea del Norte: sin mercado, con sumisión

En Corea del Norte no hay capitalismo.
No hay libre mercado.
No hay propiedad privada.

¿Y qué hay?
Fuerza, miedo y sometimiento.

El que está arriba impone su voluntad a los de abajo.
Y si los de abajo se rebelan, los borran del mapa.

¿Te suena?
Es El hoyo sin metáfora.

Sin intercambio, sólo violencia

El verdadero terror de El hoyo no es el hambre.
Es la imposibilidad de cambiar de nivel.
No hay libertad, no hay cooperación, no hay movilidad real.
Sólo obedecer, esperar… o matar.

Y eso no es capitalismo.
Eso es coacción estructural.

¿Un mensaje? ¿A quién?

La película intenta cerrar con una nota simbólica:
“hay que enviar un mensaje a los de arriba”.

Como si los de arriba escucharan.
Como si el poder se conmoviera con metáforas.

En el mundo real, el poder no quiere mensajes. Quiere silencio.
Y los de abajo, si aún esperan algo, es justicia. No poesía.

El problema no es el sistema. Somos nosotros.

Puedes vivir bajo un gobierno comunista, socialdemócrata, tecnocrático o tribal.
Si hay poder sin control, habrá abuso.
Si hay jerarquía cerrada, habrá sometimiento.
Y allá donde hay escasez, habrá violencia.

El hoyo no habla de economía. Habla de lo que hacemos los humanos cuando podemos hacerlo todo y no hay consecuencias.

Y eso, por incómodo que suene, es un retrato del Homo sapiens, no del capitalismo.

Para no caer en el hoyo ¿Qué podemos hacer?

Si bien, el sistema puede —y debe—
y el espectador lo pide a gritos,
evitar que lo peor de nosotros, los Homo sapiens, se extienda y se normalice,
recordemos algo importante:

Eso no se consigue con utopías.
Se consigue con sistemas democráticos.

De momento todos imperfectos,
pero también todos perfectibles.

Y ahí, sí, sí tiene sentido que un abogado hable de cine.

Y de literatura, ¿aún no tienes un ejemplar de… 

 «TRAGANDO SAPOS»

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