Nos repiten que el dólar se hunde y que Trump es el culpable, pero los datos y la geopolítica dicen otra cosa. Mientras tanto, el euro se inmola en nombre de una narrativa europea que nadie se atreve a cuestionar.
«No sé, Mike, esto huele a chamusquina.»
Y no lo digo por lo que pasa en China o en EE.UU., sino por lo que no nos están contando aquí, en la vieja Europa, donde la narrativa se ha convertido en dogma y el pensamiento crítico en herejía.
La consigna actual es clara: el dólar se hunde y la culpa es de Trump. Titular fácil, villano a mano. Pero si uno se molesta en mirar los datos (y no los titulares clickbait de youtubers aspirantes a profetas financieros), la cosa cambia.
Sí, el dólar ha caído frente a algunas monedas. Sí, Trump ha tensionado la relación con la Reserva Federal. ¿Pero hundimiento? ¿Colapso? Vamos, seamos serios. El dólar sigue siendo el refugio, el que marca el pulso de los mercados, el que, incluso cuando se tambalea, arrastra al resto con él.
¿Y el yuan? Pues más de lo mismo, pero con cortinas chinas. Ha caído aún más que el dólar frente a la cesta global. Y no es casualidad. Es estrategia. Mientras Estados Unidos imprime billetes y juega con los tipos de interés, China ajusta su divisa, promueve el petroyuán y lanza su yuan digital para ir minando la hegemonía del dólar a fuego lento.
Esto es una guerra. Y los que están jugando lo saben.
¿Y Europa? Europa no juega. Europa predica. Y Europa se abraza a la «moneda fuerte» como si fuera un acto de fe. Mientras el dólar y el yuan se mueven al ritmo de sus intereses nacionales, el euro se mantiene como una estatua: rígido, orgulloso, inútil.
Nos repiten que nuestra moneda es estable. Que somos serios. Que no manipulamos. Y que no devaluamos ni competimos. Exacto: no competimos.
Porque mientras los otros devalúan para ganar terreno, nosotros aplaudimos nuestra integridad mientras perdemos industria, exportaciones y soberanía. Jugamos al ajedrez con las piezas quietas, como si eso fuera una virtud.
¿Quién gana? Ellos.
¿Quién pierde? Nosotros.
Pero tranquilos, que la narrativa nos protege: el dólar malo, el yuan manipulador, y Europa moralmente superior. Eso sí, sin fábricas, sin voz y sin rumbo.
Pensar bien, como decía Stephen Covey, no es pensar mucho ni pensar bonito. Es pensar basado en datos. Y los datos gritan lo que nadie se atreve a decir en voz alta: Europa se está suicidando económicamente en nombre de una narrativa falsa.
Nos cuentan el cuento del dólar que se hunde, y mientras tanto, nos despluman por dentro.