Ni rojo ni facha: soy libre, aprende a leer.

por Abel Marín
rojo facha

Me llaman, según el día, rojo (de mierda) o (puto) facha.
Últimamente más lo segundo. Antes era al revés.
¿Será que son los mismos perros con distintos collares?

El motivo es simple: pienso fuera de la caja.
Y eso molesta. Mucho.

Porque salirse del paradigma simplón que arrastramos como especie —este Homo Sapiens tan listo y tan histérico, con WiFi y con miedo— implica no tragar ni con banderas ni con pancartas.
Implica decirle que no al rebaño, sea del color que sea.

Yo no soy ni clase ni descastado.
Ni Cristo, ni Buda, ni Mahoma.
Yo elijo el cuento chino que más me divierta.
Es decir: ninguno.

No tengo religión. Tengo razón e intuición.
Y me dicen que la espiritualidad que tengo no me la regula un tío con sombrero raro ni me la vende un iluminado con voz de gurú.
Lo sagrado, si existe, no lleva uniforme.

Y ya que estamos:
los perritos y las perritas nacen con miembritos distintos.
Se llama biología, no odio.
Y seguirá siendo así incluso cuando la especie entera se haya extinguido debatiendo pronombres mientras arde Roma.

Ser liberal hoy —de verdad, no de marca blanca— es rechazar al Estado como dios, como porra y como niñera. Aceptarlo en sus términos y dimensiones sanas.

Ni la izquierda ni la derecha toleran eso.

Porque ambas son estatistas.

Solo cambian el eslogan y el collar: unos te quieren esclavo del pueblo; otros, siervo de la patria.

Yo no voté esta farsa de contrato social.
No firmé la renuncia a pensar por mí mismo.
No acepto que me llamen ciudadano cuando lo que quieren es un súbdito obediente.

Nada de ser un engranaje más. Ni siervo de tu ideología. Ni tu excusa para odiar.

Pensar, trabajar, crear, fallar… y sobre todo expresarme con libertad.
Sin que venga un iluminado a decirme cómo vivir “correctamente”.

Liberal, sí, liberal, algo raro.

Quiero que me dejes en paz.

Eso es liberalismo.
La némesis del estatismo imperante.

Pensar tiene precio. Y no es barato. Pago el precio, ellos más caro, porque la deuda es consigo mismos.

En «La vida de Brian»: ¡Lapidación, lapidación!
(A ser posible, tarde en morir… que les gusta ver sufrir al que no encaja).

Haciendo pensar se hacen algunos amigos… y miles de enemigos.
Pero yo no escribo para caer bien.

Ah, escribo para los que saben leer. Y entender.

Ahora vas y lo cascas…

 «TRAGANDO SAPOS»

 

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