¿Por qué seguimos votando a partidos corruptos? Superstición, dogmatismo y fanatismo explican cómo la democracia se convierte en un ritual emocional más que en una elección racional.
Democracia emocional: cuando el voto no elige, sino consagra
Celebramos el sufragio universal como un logro incuestionable, pero evitamos preguntarnos por sus consecuencias reales. ¿Qué pasa cuando millones votan movidos no por razón, sino por miedo, superstición o pertenencia tribal? El resultado no es una democracia madura, sino una religión civil con urnas.
Superstición política: cuando el voto busca magia, no resultados
La superstición no es exclusiva de los horóscopos. Hoy se disfraza de fe ciega en algoritmos, teorías conspiranoicas o líderes «incorruptibles». En política, muchos votan no por convicción, sino como quien hace un conjuro: cambian de ídolos, pero no de lógica.
En España, el 30 % de la población cree en la astrología. Más del 40 % piensa que el zodiaco define su personalidad. Esa estructura mental —la necesidad de sentido incluso sin pruebas— es la misma que lleva a votar por fe, no por hechos.
¿Siempre votas a los mismos? ¿Te identificas con tu signo zodiacal? Tal vez no sea casualidad. Puedes cambiar. Pero no quieres.
Dogmatismo ideológico: pertenecer antes que pensar
El dogmatismo es el fin de la duda. Uno no vota porque le convenzan los argumentos, sino porque quiere pertenecer a una comunidad. El discurso no se analiza: se repite. Y quien disiente no es criticado, sino excomulgado.
No importa si eres de izquierdas, derechas, nacionalista o globalista. Si no puedes escuchar al otro sin necesidad de aniquilarlo verbalmente, no piensas: militas.
Fanatismo democrático: la violencia ya no necesita bombas
El fanatismo es dogmatismo con cuchillo. Ya no hace falta dinamita: basta con linchamientos en redes, cancelaciones, insultos coreografiados. El fanático 3.0 no debate: silencia.
Y se siente moralmente superior por hacerlo. Porque cree que tiene razón. Y que tener razón justifica todo.
Votante dogmático y outsider conspiranoico: dos caras de la misma moneda
El que vota como quien reza y el que se cree iluminado contra el sistema operan desde la misma base mental: necesitan una narrativa cerrada. Buscan sentido, no verdad. Identidad, no análisis.
Uno acude a las urnas como quien comulga. El otro se cree un Galileo digital. Pero ambos rechazan la complejidad, y eso los convierte en instrumentos útiles del poder que dicen combatir.
Por qué seguimos votando a corruptos: fidelidad tóxica
Felipe González y los GAL. Roldán. Filesa. Bárcenas. Ábalos. Moldova. Cerdán. Y los que vendrán.
No hablamos de errores aislados, sino de una cultura política estructural. ¿Por qué no se castiga en las urnas? Porque el voto se ha convertido en un acto tribal, no en un juicio racional.
El votante emocional no vota por lo que desea. Vota contra lo que teme. Eso no es libertad. Es adicción a la identidad.
El antídoto: pensar sin certezas
La solución no está en otro dogma. Ni en otro mesías. Está en el pensamiento crítico, incómodo, sin paz, sin refugio. Pensar como quien desconfía, sobre todo de sí mismo.
La democracia no se salva con más fe. Se salva con más duda.
SI NO ERES CAPAZ DE PENSAR DE FORMA CRÍTICA SEGUIRÁS
«TRAGANDO SAPOS»
