Hay una idea muy peligrosa que se ha colado en el discurso progresista global: “como Occidente lo hace mal, sus enemigos deben tener razón.”. No es lo mismo criticar Occidente que idealizar dictaduras y autocracias como alternativas. Crítica argumentada de su romantización. Las autocracias o dictaduras no son alternativa.
Y no. Eso es una trampa. Y además, es una estupidez.
Rusia no es alternativa: es un régimen cleptocrático que reprime, censura y asesina.
China no es modelo: es una distopía hipertecnológica donde te puntúan por portarte bien.
Irán no es resistencia cultural: es una teocracia donde piensas lo que te dicen… o no piensas más.
Sí, Estados Unidos tiene doble rasero. Europa también. Pero no caigamos en la trampa de pensar que por cada error occidental hay un acierto en Moscú o Pekín. No hay simetría moral entre una democracia disfuncional y una dictadura eficiente. La primera puede corregirse. La segunda, rara vez lo hace.
El problema de muchos críticos del orden occidental es que han pasado de la denuncia legítima a la romantización patética del autoritarismo. Como si ser enemigo de EE. UU. te convirtiera automáticamente en justo. Como si la brutalidad fuese más digna cuando se hace con símbolos orientales.
Lo que hay que hacer es exigir más a nuestras democracias, no cambiar libertad por obediencia. Porque si el futuro es China, no será progresista. Si es Rusia, no será justo. Y si es Irán, no será libre.
No se trata de elegir entre ángeles y demonios. Se trata de reconocer que todos tienen manchas, pero no todos son lo mismo.
Criticar a Occidente no puede implicar blanquear a sus rivales.
Porque si la única respuesta al cinismo occidental es el despotismo ilustrado… vamos listos.
A VECES NO PODEMOS EVITAR SEGUIR…
«TRAGANDO SAPOS»
