Del milagro al infierno: el relato de Raquel

por Abel Marín
El infierno político

Lo que empezó como una historia de superación ejemplar terminó mostrando el verdadero rostro del poder vacío: Raquel, del milagro político al infierno del miedo a perderlo todo.

Raquel ya tuvo su momento de gloria. Lo conté en El milagro de Raquel: una mujer corriente, sin padrinos ni curriculum deslumbrante, que supo trepar hasta lo más alto a base de olfato, timing y discurso emocional. Subió por la escalera de emergencia de la política identitaria, y mientras otros seguían estudiando oposiciones, ella ya hablaba en foros internacionales.

Diputada autonómica. Coche oficial. Aplausos en cada acto. Referente feminista para unas, ejemplo de empoderamiento para otras. Se divorció de su primer marido, un currante que la aguantó cuando no era nadie. Y se casó con otro diputado: un “progre de manual”, tan versátil como inofensivo. Raquel se convirtió en marca. En relato. En símbolo. Pero no en persona.

Porque entonces ocurrió lo inevitable: el péndulo giró.
Y Raquel, que nunca construyó nada sólido —solo imagen—, empezó a resquebrajarse.

Lo que era carisma se volvió arrogancia. Lo que fue discurso se convirtió en amenaza velada. Y lo que parecía seguridad era, en realidad, pánico a que todo se viniera abajo.

Y entonces vimos a la Raquel auténtica.
No la que defiende causas.
Sino la que defendería su silla a mordiscos.

Mataría por no perder el estatus.
Moriría antes de que la vieran en el paro.
Y no es una metáfora.

Sistema podrido

Raquel encarna a toda una generación de oportunistas ideológicos: aprendieron rápido que la víctima vende más que el mérito, que la indignación cotiza mejor que la coherencia. Pero también aprendieron —tarde— que cuando el decorado se derrumba, no hay personaje que resista.

Ahora, Raquel va en coche oficial, sí… pero con los nudillos blancos de tanto agarrarse al asiento. Ya no sonríe en las fotos. Ya no improvisa discursos. Está demasiado ocupada asegurándose de que nadie diga en voz alta lo que ella teme: que fue todo fachada.

El infierno no es la pobreza. El infierno es la caída social.

Ese momento en que los tuyos te dan la espalda porque ya no das likes, ni portadas, ni poder.
Ese instante en que el sistema, que te fabricó como producto político, te deja caducar sin piedad.

Raquel no es un caso aislado. Es un espejo. Uno incómodo.

Y cada vez más gente empieza a mirar.

Este sapos nos lo hemos tragado sin poder reaccionar...

 «TRAGANDO SAPOS»

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