Justicia es caso por caso, todo lo demás es propaganda woke

por Abel Marín
justicia woke

Como abogado, si hay algo que tengo grabado a fuego es que la justicia solo puede existir cuando se juzga caso por caso. No hay otra forma. Si no analizamos pruebas, circunstancias y responsabilidades individuales, lo que hacemos no es justicia, es ideología woke, injusticia.

Sin embargo, hoy lo que predomina es lo contrario: la generalización absurda, los dogmas impuestos y la criminalización de quien ose cuestionarlos. Todo se diluye en discursos colectivos, en causas prefabricadas donde se dictamina quién es víctima y quién es culpable antes siquiera de analizar los hechos.

Esto es un problema gravísimo, porque el único antídoto contra la injusticia es el pensamiento crítico, y el pensamiento crítico se basa en examinar los hechos, no en tragarse narrativas prefabricadas. Y aquí entra mi deformación profesional: yo no puedo comprar un relato sin pruebas.

La justicia no se siente, se demuestra

En el ejercicio del derecho, las emociones no son prueba. No basta con «sentirse discriminado», «sentirse acosado» o «sentirse oprimido». No se trata de lo que alguien cree que ha pasado, sino de lo que se puede demostrar.

Si una persona acusa a otra de haber cometido un delito, necesitamos hechos, evidencias, testigos, contexto. Si no, estaríamos condenando en base a meras percepciones subjetivas. Y esto, que es de primero de Derecho, parece haberse olvidado completamente en la sociedad actual.

Hoy se dictan sentencias sociales sin juicio previo, se cancelan personas, se destruyen reputaciones y carreras sin una sola prueba, simplemente porque la masa ha decidido que así sea. Y lo peor de todo: se niega el derecho de defensa.

La trampa de los colectivos con buen marketing

El mayor avance de los últimos años no ha sido ni tecnológico ni científico, ha sido el marketing victimista. Cualquier grupo que logre crear un relato de discriminación y logre que las instituciones lo compren, consigue blindarse ante cualquier crítica y exigir privilegios.

Porque sí, hay causas legítimas. Pero también hay mucha estafa moral.

Hoy cualquier debate sobre estos temas está vetado. Si cuestionas cualquier discurso de moda, te atacan, te insultan, te intentan censurar. Y si no eres extremadamente cuidadoso con las palabras, hasta puedes sufrir la violencia del Estado en forma de multas, sanciones o incluso persecución penal.

Pero no nos engañemos: detrás de este blindaje discursivo no hay justicia, hay intereses, poder y dinero. Hay partidos políticos, subvenciones, leyes a medida y chiringuitos que dependen de que ciertas narrativas se mantengan.

El fraude de la victimización como excusa vital

Dicho esto, hay otra cara del problema: la infantilización absoluta de la sociedad.

Estamos en un momento en que muchas personas han encontrado en la victimización un refugio perfecto para justificar su mediocridad. Es más fácil culpar al sistema, a la discriminación estructural, a los privilegios ajenos, que mirarse al espejo y aceptar la propia responsabilidad.

No importa que haya oportunidades, que haya alternativas, que el conocimiento esté más accesible que nunca. El problema es siempre externo, nunca interno.

Y lo peor es que esta mentalidad se ha convertido en una norma social aceptada y promovida. Quien habla de esfuerzo, de meritocracia, de autocrítica, es tachado de insensible, de privilegiado, de reaccionario. Pero la realidad es implacable.

La gran mentira de la justicia woke: premiar la queja, castigar el esfuerzo

El problema de fondo es que estamos creando un mundo en el que no se premia el trabajo bien hecho, sino la queja bien vendida. Y esta es la verdadera injusticia sistémica: la de quienes han luchado por llegar lejos y ahora son señalados por haberlo conseguido.

Por eso, como abogado y como persona, no puedo aceptar el discurso de la justicia colectiva. La justicia solo puede ser individual, basada en hechos, pruebas y responsabilidad.

Y por eso a muchos que se suman a causas generales woke donde medran vagos, golfos, delincuentes y vividores, hablar de meritocracia les aterra, sobre todo a la clase política porque es pura Justicia.

Lo demás es manipulación, ideología y victimismo.

Ya no puedo seguir tragando sapos, sé que tiene un coste reputacional, pero la abogacía sólo tiene sentido en la búsqueda de la Justicia (ver).

Libro Tragando Sapos

«Tragando sapos»

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