No somos tan listos como creemos. El progreso humano no prueba nuestra inteligencia, sino nuestra capacidad de copiar y de transmitir el conocimiento.
Durante una comida de trabajo, solté una frase que cortó el aire como un cuchillo sin filo:
“La mayoría de los humanos no somos muy inteligentes.”
Silencio. Ni una réplica. Ni un “¿cómo dices?”. Solo miradas en el plato y servilletas bien dobladas. Supongo que pensaron que era un engreído. Pero no. Lo que soy es observador. Y lo que dije es bastante obvio… si uno se atreve a mirar.
Nos creemos listos porque usamos smartphones, hacemos Zoom y lanzamos cohetes al espacio. Pero no sabríamos fabricar ni una cuchara si nos dejaran solos en el bosque. ¿Eso es inteligencia? No. Eso es usufructo cultural.
No conocemos el cerebro, pero la ciencia se afana en publicar informes y estudios sobre inteligencia promedio, y nos dicen, como en tanta otras cuestiones del comportamiento humano, que se distribuye como la típica campana de gauss, que es muy equilibrada.
Y así todos nos quedamos tranquilos sabiendo que somos del montón pero creyendo que estamos un poquito por encima de la media.
Pero…
Tardamos 400.000 años en descubrir la agricultura. Cuatro siglos de miles. ¿Eso suena a especie brillante o a homo distraído?
El progreso humano no ha sido consecuencia de una masa iluminada, sino de una élite minúscula que ve lo que los demás no ven. El resto… repite. Imita. Sigue.
“Avanzamos como especie no porque seamos listos, sino porque copiamos lo que funciona, y transmitimos el conocimiento de unos a otros.”
Y eso es lo que crea la ilusión de la “inteligencia media”: un rebaño bien entrenado para no salirse del camino.
Pero ojo: media no es mediana. Y tampoco es igualdad.
Todo el mundo afirma estar “algo por encima de la media”, pero si todos fueran más listos que la mayoría, la mayoría sería más lista que sí misma. Y no, no funciona así.
“La inteligencia de verdad es escasa; lo que abunda es la obediencia disfrazada de opinión.”
Hoy no se puede decir esto sin que se resienta alguien.
Porque la democracia no solo ha democratizado el voto, también el ego. Hoy todo el mundo se cree lúcido. Especial. Despierto.
Y si te atreves a decir que la mayoría somos más torpes que brillantes, te acusan de elitista. Aunque lo digas desde la más pura humildad. Aunque lo digas admirando profundamente a los que sí tienen una inteligencia fuera de serie, que no es mi caso.
“La mayoría no quiere entender: quiere seguir perteneciendo.”
Pero si no nos atrevemos a hablar de esto, si seguimos confundiendo derechos con capacidades, y dignidad con nivel cognitivo, acabaremos premiando la mediocridad y aplastando la excelencia.
Porque la igualdad mal entendida no libera: iguala por abajo.