Cada vez que aparece una nueva tecnología que automatiza una tarea humana, alguien salta con el clásico:
«eso no va conmigo».
Porque claro, lo suyo es diferente. Más complejo. Más humano. Y más insustituible.
Hasta que no lo es.
El robot P900 coloca baldosas con una desviación inferior a medio milímetro y no necesita café a media mañana. En 40 segundos, ¡zas!, otra baldosa. Perfectamente nivelada. Sin quejarse de la espalda, sin quejarse del jefe, sin sindicalizarse.
Pero tranquilos, dicen, “no viene a sustituir al albañil, sino a ayudarle”. Ya. Como la calculadora no sustituyó al contable. Como el GPS no sustituyó al taxista. Y como ChatGPT no va a sustituir a ningún redactor mediocre. Solo le “alivia la carga”. Claro.
Esto no va de si el robot te sustituye hoy, sino de si sigues creyendo que tu trabajo tiene un halo místico que lo hace irremplazable. Porque si te aferras a esa fantasía, la hostia te pillará con los pantalones bajados. Y sin plan B.
El robot, como dice Marc Vidal, necesita que alguien le coloque los materiales. Vale. Pero por ahora. Hasta que venga el modelo P901 que los recoja solo. Y luego el P902, que te mire con cara de “¿aún estás aquí?”.
Mientras tanto, muchos seguirán repitiendo el mantra del derrotado moderno: “yo no soy reemplazable”. Como si la Historia no estuviera llena de oficios que un día fueron sagrados y hoy son piezas de museo.
¿La solución? No es quejarse. Es dejar de pensar que la supervivencia laboral se hereda por decreto. O te haces más valioso que la máquina… o acabas apretándole tornillos.
Porque quien piense que lo suyo es diferente, va listo.
«TRAGANDO SAPOS»
