La política como medio de vida se ha convertido en un refugio profesional para muchos que no destacan fuera del aparato del partido. Y eso tiene consecuencias.
De vocación a colocación
Hubo un tiempo en que entrar en política era una decisión arriesgada. Implicaba compromiso, exposición y, a menudo, renunciar a estabilidad profesional.
Hoy, para muchos, es una salida laboral.
Un camino previsible si sabes arrimarte.
Un modo de vida.
La política ya no es un servicio, es una carrera interna dentro del partido. Como una empresa, pero sin mercado. Sin competencia real. Sin exigencia externa.
El perfil: dócil, fiel, disponible
No hace falta brillantez.
No hace falta experiencia.
Ni tampoco haber hecho algo fuera.
Hace falta estar.
Tener buena relación con la agrupación local.
Tener visibilidad en campaña.
Y no molestar a los que deciden.
Lo demás llega solo. Y si no llega, con paciencia llegará, porque siempre hay alguien que dimite, que asciende, que cae.
Cuando la política paga más que el supermercado
Los sueldos públicos de cargos locales son generosos comparados con el sector privado para quienes vienen del mileurismo crónico.
Por eso, para muchos jóvenes, la política no es un espacio de transformación, sino una mejora vital.
Y eso lo cambia todo.
Porque cuando tu motivación es escapar del SMI, no regenerar la democracia, aceptarás cualquier papel que te ofrezcan. Aunque no sepas. Aunque no quieras. Pese a que no entiendas nada de tu nueva responsabilidad.
Después de mí, el diluvio
Ese pensamiento íntimo —«después de mí, el diluvio»— es el que anida en el corazón de tantos políticos de tercera línea.
Saben que están ahí de rebote, por oportunidad, por cálculo.
Y que nadie les pediría un currículum si mañana se acabara el chollo.
Por eso se aferran.
Por eso repiten lo que toca.
Ni mueven ni una piedra que pueda romper el suelo bajo sus pies.
Consecuencias: partidos cerrados, instituciones vacías
Cuando la política se llena de profesionales sin experiencia vital ni laboral fuera del partido, lo que se vacía no son solo los despachos: se vacía el contenido del discurso, la calidad del debate, la valentía de las decisiones.
Todo gira en torno al «¿me perjudica?», «¿me compensa?», «¿esto de quién es?».
Y así, la política se convierte en puro teatro sin guion.
No es personal. Es estructural.
La cajera que termina como concejala no es el problema.
El problema es el ecosistema que premia la obediencia y castiga el mérito, que prefiere lo previsible a lo incómodo, que convierte al poder en oficina de colocación.
No es que ella no valga. Es que el sistema no exige que lo demuestre.
Podrido
La política como medio de vida no es una anécdota.
Es el síntoma de una estructura diseñada para perpetuarse. Y si se complica tienes una Justicia diferente.
Y cuando eso ocurre, el ciudadano deja de importar.
Porque si la política solo sirve para vivir bien, el país entero vive peor.
Ese sapo es típico de nuestra dieta mediterránea, nos lo tragamos a diario..
«TRAGANDO SAPOS»
