Responsabilidad: la palabra que olvidamos (y con ella, nuestra libertad)

por Abel Marín
responsabilidad individual

De Roma al presente: cómo la responsabilidad individual pasó de ser base jurídica y moral de la convivencia a un concepto difuso, erosionado por el victimismo moderno y el Estado paternalista.

La raíz jurídica: obligación de responder

La palabra responsabilidad proviene del latín respondere, que no significa otra cosa que “responder por algo”. En el derecho romano, responsum era la respuesta del jurisconsulto, y responsabilis era el obligado a responder, es decir, a cumplir, a asumir las consecuencias de sus actos.

No era una opción, ni un valor blando. Era la base sobre la que se construían los vínculos jurídicos: contrato, propiedad, deuda, obligación. El que no cumplía, respondía. Punto.

Hoy la hemos convertido en eslogan. Decimos “hay que ser responsables” mientras educamos a generaciones en la irresponsabilidad sistémica, donde nadie paga el precio de sus errores. Y tú le debes arreglar la vida.

Todo se externaliza: al Estado, a los padres, a la sociedad, a la suerte. Si te sale mal, no pasa nada. Ya vendrá papá Estado a darte una “ayudita”, o si no saco la pancarta de «No a los recortes», ¡hay que ser ignorante e irresponsable!

La base invisible de la convivencia

Una sociedad solo puede sostenerse si cada individuo asume que tiene deberes, no sólo derechos.

La responsabilidad individual debe ser también compartida, no impuesta, es el cemento que une a los ciudadanos libres. Si tú haces lo tuyo y yo lo mío, sin trampas, sin autoengaños, la cooperación surge de forma natural. El derecho romano lo sabía: pacta sunt servanda, los pactos se cumplen.

Pero si uno empieza a escaquearse, y el otro lo ve, ¿qué ocurre? Que se rompe el pacto. Que entra el Estado. Que legisla. Que supervisa. Que impone. Y que, a fuerza de protegernos, nos infantiliza.

La responsabilidad era nuestra. La cedimos.

Y ahora, no solo aplaudimos al que no cumple, sino que lo premiamos con subsidios.

Frente al espejo: eres responsable de tu vida

Aquí viene lo más incómodo: ya no creemos que somos dueños de nuestro destino.

Nos han convencido de que todo lo malo nos viene de fuera: la precariedad, el estrés, el fracaso, el malestar. Pero si lo piensas con frialdad, nunca en la historia un individuo había tenido tantas opciones como tú. Y sin embargo, se siente más impotente que nunca.

¿Por qué? Porque cedió la responsabilidad a cambio de comodidad.

Porque el Estado del bienestar, al garantizar techo, pan y distracción, nos amputó el músculo de la responsabilidad personal.

Y eso tiene un precio: perdemos la libertad. ¿Por qué? Porque sólo es libre quien asume el riesgo de sus decisiones. Quien se levanta cuando se cae, quien no busca culpables, quien dice “fui yo”.

Agradecidos, como mascotas del poder

Nos comportamos como mascotas del poder.

Nos roban con impuestos, con inflación, con deuda futura… y encima damos las gracias cuando nos devuelven unas migajas.

responsabilidad individualEl amo nos empobrece, y cuando nos lanza un hueso, le lamemos la mano.

¿Dónde quedó la dignidad?

Somos animales domesticados, contentos porque nos “ayudan” tras habernos despojado de todo. El Estado nos hace dependientes y nos lo vende como virtud.

Pero lo que no nos dicen es que cuanta más ayuda, menos libertad, y cuanta menos libertad, menos humanidad.

No hay madurez sin responsabilidad

Reivindicar la responsabilidad individual no es regresar al castigo, sino a la dignidad.
Es negarse a ser un adulto con alma de adolescente.
Es decir: “Lo que soy, lo decidí. Lo que no me gusta, lo cambio. Lo que no controlo, lo acepto. Pero nunca culpo al mundo de mi vida.”

Sin responsabilidad, no hay respeto.
Sin respeto, no hay pacto.
Sin pacto, no hay libertad.
Y sin libertad… lo único que nos queda es el bozal y la caricia del amo.

 

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