Lección olvidada de Derecho: cuando la estupidez se convierte en ley

por Abel Marín
valores actuales

Cuando los valores actuales calan en la Ley y en los que la aplican.

Si te roban una bicicleta…

…llamas a la policía.
Detienen al ladrón.
Te devuelven la bici.
Todo lógico, todo justo.

Pero si te roban tu vivienda, no tu casa como inmueble, sino tu hogar, tu morada, el espacio donde ejerces tu dignidad, entonces el Estado duda, titubea, se esconde.
Ya no es allanamiento, ya no es robo, ya no es delito urgente.
Es “conflicto entre partes”. Es “situación social compleja”. Es “hay que esperar una resolución judicial”.

¿Y el artículo 47 de la Constitución, que reconoce el derecho a una vivienda digna?
¿Y el derecho a la propiedad?
¿Qué pasa con el principio de causa y efecto?
¿Dónde quedan frente a los valores actuales, tan sensibles como volátiles, tan bienintencionados como destructivos?

Porque cuando el Derecho deja de basarse en valores tradicionales como la responsabilidad, el esfuerzo o la justicia proporcional, y se adapta a la moralina de turno, entra en una pendiente resbaladiza. La ley se vuelve fluida. Y con ella, la verdad.

El artículo 3 del Código Civil: una advertencia que ignoramos

El artículo 3 del Código Civil establece que las normas deben interpretarse en función de su texto, su contexto histórico, y la realidad social del tiempo. Es decir, la ley debe leerse según el momento.
¿Y si el momento está marcado por la confusión?
¿Y si la realidad social se define por una suma de relatos sin vínculo con la verdad?

Entonces el Derecho no se aplica. Se adapta.
Y la equidad ya no es justicia. Es concesión.

La palabra como arma

La palabra es lo que nos distingue del resto de animales.
Con ella podemos construir civilización o justificar barbarie.
Hoy, muchas leyes se redactan no para resolver problemas reales, sino para quedar bien ante los valores actuales: inclusivos en apariencia, pero excluyentes con la razón.

Cuando la equidad se prostituye

El artículo 3 habla de equidad. Pero la equidad mal entendida pervierte la justicia. No se trata de repartir igual, sino de tratar igual en función de lo que cada uno ha hecho.
Hoy confundimos piedad con impunidad.
Compasión con cobardía.

Valores actuales vs. valores tradicionales

Donde antes había principios, ahora hay eslóganes.
Donde había normas claras, ahora hay interpretaciones emocionales.
Los valores tradicionales —esfuerzo, mérito, propiedad, responsabilidad— han sido sustituidos por valores actuales que exaltan la subjetividad, la excepción y el relato victimista.

Y así, cuando una sociedad abandona sus fundamentos, no se vuelve más justa.
Se vuelve más frágil.

La religión se va, la ideología la sustituye

Ya no decimos “Dios lo quiere”, pero seguimos glorificando al que se sacrifica sin pensar, al que produce sin descanso, al que obedece al relato.
Y al que no encaja, lo cancelamos.

En paralelo, la política se ha convertido en la nueva teología civil.
Izquierda y derecha repiten el patrón: dogma sin divinidad, fe sin trascendencia, redención sin responsabilidad. Son nuevas iglesias con viejas estrategias, el feudalismo 2.0

Y nosotros, ciudadanos, trabajamos como esclavos sin saber para quién.
Defendemos causas que no entendemos.
Y repetimos frases que no hemos pensado.

La deuda como síntoma cultural

Más de 300 billones de deuda mundial.
Endeudamiento privado y público descontrolado.
Una sociedad que ya no ahorra, sino que consume el futuro.

Porque cuando los valores actuales premian la inmediatez y la gratificación constante, lo que antes era virtud —el ahorro, la prudencia, la previsión— ahora es visto como egoísmo o privilegio.

Oriente: desarrollo sin ruptura

Mientras tanto, en Oriente, se progresa sin traicionar la tradición.
Los valores no se debaten: se practican.
El esfuerzo no es un trauma: es un deber.
La autoridad no se ridiculiza: se respeta.

Oriente no es un ejemplo perfecto. Pero no ha cometido el error europeo de deslegitimar sus propios fundamentos éticos en nombre del progreso.

Cuando el Derecho se vuelve idiota

Lo terrible no es que haya leyes malas.
Lo terrible es que haya jueces que las apliquen según el contexto de estupidez reinante, como si la justicia debiera adaptarse al delirio colectivo.

La ley no puede rendirse a la emoción.
El Derecho no está para agradar. Está para poner límite, para proteger lo básico, para evitar que la gilipollez se convierta en norma.

Porque cuando eso ocurre, el sistema colapsa.
Y ya no queda nada que defender.

Nuevo tiempos, vieja costumbre… 

 «TRAGANDO SAPOS»

 

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