¿Y si los griegos tenían razón? La democracia como farsa colectiva

por Abel Marín
crítica a las democracias

La críticas clásicas a la democracia no son nuevas. Descubre por qué los filósofos griegos criticaban la democracia y cómo sus advertencias encajan con la política actual: mediocridad, demagogia y populismo como norma.

¿Y si los griegos tenían razón? La democracia como farsa colectiva

Durante los años 80 y 90 aún se veía cierta dignidad institucional. Los ministros sabían de lo que hablaban. Se elegían por competencia, no por sumisión. Había ingenieros en Fomento, médicos en Sanidad, empresarios en Agricultura. No eran santos, pero al menos tenían oficio. Hoy todo eso ha volado por los aires.

Ahora mandan los más obedientes, no los más capaces. Se premia la lealtad al partido, no el conocimiento. Y los puestos se reparten como botín entre mediocres agradecidos. El mérito molesta. El talento incomoda. Y el resultado es tan predecible como repugnante: los mejores huyen. Los inútiles aplauden.

Y no es un fenómeno nuevo. Ya los filósofos griegos lo vieron venir. Y lo advirtieron. Son clásicas las críticas a la democracia.

Platón: el mando de los ignorantes

En La República, Platón comparaba la democracia con un barco en el que los pasajeros, sin saber nada de navegación, deciden por mayoría quién lleva el timón. ¿El resultado? El naufragio.

Para él, solo los sabios —los filósofos-reyes— deberían gobernar. Porque la democracia, cuando degenera, no produce libertad, sino caos. Libertad absoluta, sí. Pero para destruirse desde dentro.

“La democracia, en su afán de libertad, termina por caer en la anarquía.”

Sócrates: votar no te hace sabio

Sócrates, en los diálogos de Platón, desmonta otro mito: que todos los votos valen lo mismo. ¿Por qué exigimos conocimientos para operar un corazón pero no para legislar sobre la vida común?

La democracia convierte el juicio en lotería emocional. El voto sin formación es un acto de fe. Y una sociedad sin ciudadanos virtuosos está condenada a elegir a sus propios verdugos.

Aristóteles: del bien común al saqueo común

En su Política, Aristóteles distingue entre formas puras (monarquía, aristocracia, politeia) y sus degeneraciones (tiranía, oligarquía, democracia). Sí: para él, la democracia es una forma corrupta de gobierno.

No es el gobierno del pueblo, sino del populacho. Del interés de los muchos frente al bien común. Del saqueo al rico con coartada legal. Del resentimiento como política.

“La democracia surge cuando, al ser todos iguales en ciertos aspectos, se pretende que lo son en todo.”

Tucídides: cuando el demagogo manda

En su crónica sobre la guerra del Peloponeso, Tucídides muestra cómo la democracia ateniense fue arrastrada al abismo por los demagogos. Promesas huecas, decisiones suicidas y oratoria manipuladora.

El pueblo, convertido en masa, no piensa: reacciona. Y quien mejor lo agite, gana. El resultado: catástrofes políticas, guerras absurdas y una sociedad sin rumbo.

El resentimiento como ideología

Lo más actual de estos clásicos es su intuición de que la democracia degenerada se basa en una pulsión: el resentimiento. Se legisla no para construir, sino para castigar. No para mejorar, sino para vengarse.

El votante elige al que más odia por él. El político se convierte en terapeuta emocional de masas frustradas. Y el sistema premia al que más divide.

Final: el espejo y el bufón

Hoy tenemos ministros sin idea, directores generales sin currículum, y políticas redactadas por tertulianos. Lo grave no es solo que esto ocurra. Lo grave es que se aplauda.

Porque consuela ver a un inútil llegar a ministro: si él puede, yo también. Se hace más llevadero mirarse al espejo sabiendo que el mérito ya no importa, que la ignorancia también tiene su cuota de poder.

El problema no es solo que los mejores huyan. Es que ya nadie los echa de menos.

Piensa por favor…

 «TRAGANDO SAPOS»

 

 

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