Hay algo peor que un imperio dominante: un imperio en decadencia, en un declive que se niega a aceptarlo. Porque cuando pierde influencia, no recurre a la reflexión, sino a la agresión. Y ahí está Estados Unidos, desplegando misiles en Irán mientras grita por respeto.
No hay nada más imprevisible que un imperio que huele su final. Porque cuando un poder hegemónico empieza a notar que ya no impone como antes, no se repliega con dignidad: saca pecho, enseña dientes y se vuelve temerario.
Eso es lo que está haciendo Estados Unidos. Ya no domina el tablero económico —China lo desafía con datos, no con amenazas—. Ya no impone respeto moral —sus aliados lo critican en público, sus enemigos se le ríen en la cara—. Y ya ni siquiera su democracia es un modelo exportable. Entonces, ¿qué le queda? El músculo militar. La amenaza. El misil.
Como le ocurrió a Roma en sus últimos siglos, al Imperio Otomano cuando era llamado “el hombre enfermo de Europa”, o al Reino Unido después de Suez, cuando un imperio en decadencia actúa con violencia, no es por seguridad: es por desesperación. Y eso lo vuelve más peligroso.
Porque no busca ordenar el mundo: busca reafirmarse en él. Y en esa reafirmación va camino de incendiarlo todo.
El imperio no desaparece con un suspiro. Se aferra. Se niega. Y en esa negación, es capaz de los mayores horrores para evitar enfrentarse a la verdad: que ya no es lo que fue.
Y lo más inquietante es esto: no hay sustituto claro. No hay potencia que ofrezca un modelo alternativo que no sea autoritario o tecnocrático. Así que el vacío no lo llena la esperanza, lo llena el caos.
Por eso, cuando un imperio en decadencia se vuelve más peligroso… lo hace para todos.
El miedo como arma de doble filo de un imperio en decadencia
El miedo funciona. Pero hasta cierto punto. Sirve para imponer, no para convencer. Las democracias no pueden sostenerse sólo con temor, igual que un jefe no lidera gritando eternamente. El miedo se erosiona. La gente se adapta, se organiza o simplemente explota. (ver)
Maquiavelo no justificaría esto
Ni siquiera Maquiavelo. Él defendía el temor como herramienta política, sí, pero advirtió: que no se convierta en odio. El príncipe que infunde miedo sin respeto está perdido. Y Estados Unidos ya no es temido con respeto, sino con rencor. Un imperio que castiga por rabia no es maquiavélico: es torpe. (ver)
La herida emocional de una nación
El pueblo americano tiene motivos para sentirse traicionado.
Pelearon contra Hitler, frenaron a la URSS, levantaron el Silicon Valley… ¿y ahora les escupen? Desde su punto de vista, sí. Pero esa herida se gestiona mal.
No con introspección, sino con rabia. Y la rabia, convertida en política exterior, huele a tragedia. (ver)
Las autocracias no son alternativa
Criticar a EE. UU. no significa romantizar a sus enemigos. Rusia no es un modelo. China no es una democracia incomprendida. Irán no es una cultura alternativa. Son regímenes autoritarios. Y son candidatos a ser nuestro nuevos amos. Al menos esa es su intención, unos por nacionalismo, otros por Alá.
Y sus ciudadanos lo saben. Pensar que el enemigo de mi enemigo es mi amigo es una trampa mental muy cómoda. Y muy peligrosa.
Europa: del equilibrio al desconcierto
Europa fue durante décadas el punto de equilibrio entre fuerza y valores. Hoy es un espectador confundido. La imagen de la decadencia que el imperio americano intenta evitar.
No influye, no lidera, no incomoda. Firma resoluciones que nadie respeta.
Externaliza su moral como quien subcontrata la limpieza. Quiere autonomía sin ejército. Quiere ser actor global sin ensuciarse. Así no. (ver)
El caos como peaje hacia lo nuevo
Cuando el relato dominante se rompe, lo que viene primero es el caos. No hay transición limpia entre órdenes globales. Antes de lo nuevo, viene el ruido, el miedo, el oportunismo. Por eso todo parece ir a peor antes de mejorar. Si mejora. Nada lo garantiza.
España, como siempre, en su ombligo
Y mientras todo esto ocurre, España sigue a lo suyo. Debatiendo si llevar falda al Congreso es una provocación o una revolución.
Mirándose al ombligo. Ombligo lleno de mierda, por cierto. Lo urgente sigue siendo si un ayuntamiento es fascista o no. Lo importante, como siempre, ya tal. (ver)
O despertamos, o tragamos
Esto no va de defender a Occidente ni de abrazar a sus enemigos. Va de pensar. De asumir que el mundo se ha vuelto más inestable, más cínico, más crudo. Y que, si no despertamos del narcisismo colectivo, nos vamos a tragar el futuro sin enterarnos.
Porque la historia no espera a los distraídos. Y mucho menos a los cobardes.
¿Y tú, qué esperas que ocurra si ningún actor se resetea?
A VECES NO PODEMOS EVITAR SEGUIR…
«TRAGANDO SAPOS»
