El miedo como arma de doble filo (1)

por Abel Marín
MIEDO COMO ARMA

El miedo es útil. Durante un rato. Sirve para que la gente obedezca, para que se calle, para que no se organice. Pero es una herramienta que, si se usa demasiado, se vuelve contra quien la blande.

Estados Unidos lleva décadas ejerciendo su poder mediante el miedo: miedo a sus sanciones, a sus bases, a sus drones. Y durante un tiempo, funcionó. Pero ese tiempo ya pasó.

Porque el miedo, como todo, se desgasta. Las sociedades se adaptan. Los rivales aprenden. Los aliados se hartan. Y lo que antes era disuasión, ahora es simple hostilidad.

El problema de construir poder sobre el miedo es que no genera lealtad. Nadie quiere estar cerca de alguien que solo sabe imponer. Así, poco a poco, el miedo se convierte en resentimiento. En deseo de venganza. En resistencia.

Históricamente, todos los regímenes que se sostuvieron solo en el miedo acabaron cayendo o volviéndose inestables: la URSS, la Alemania nazi, el Chile de Pinochet. Incluso el Imperio Romano acabó descubriendo que ni sus legiones podían contener el colapso interno.

El poder real no se basa solo en el temor. Se basa en legitimidad, en respeto, en resultados. El miedo puede ser un componente, sí, pero si es el único ingrediente, la receta es el desastre.

Y ahora, con cada ataque preventivo, con cada sanción unilateral, con cada amenaza pública, EE. UU. pierde un poco más de ese respeto. Lo que antes imponía silencio, ahora provoca desafío. Y lo que antes servía para mantener el orden, ahora acelera el desorden.

Así que sí: el miedo funciona. Pero como todas las armas, tiene doble filo. Y el corte, esta vez, va directo a la yugular del propio imperio.

A VECES NO PODEMOS EVITAR SEGUIR…

 «TRAGANDO SAPOS»

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